Fragility and vulnerability. Two words used interchangeably though they have different connotations it seems. Systemic levels of elevated comfort bring about fragility when a disruption of said comfort is perceived as a threat to the norm of the group that believes itself superior. The conquering culture crafts all to ensure their own existence within a constant cushion of comfort.
For the conquered, fragility is the result of a systemic severing of our roots. We have been separated from our lands, our tongues, our families, our histories, our ancestral knowledge, our power and agency. We exist floating, uprooted, disconnected. The so-called secret of our success is in our ability to embrace this severing, embrace the ways of the conqueror. This involves conforming to his rules, working his jobs, but also competing with our own people and measuring our individual and collective worth by his standards. To reject this is to live in constant conflict. Some conform. Some rebel. Others leave.
I left.
The repatriator/ rematriator must walk this delicate line of fragility and vulnerability. Figure out how to balance on it without being consumed by either side. We put ourselves out there vulnerable by rejecting all we’ve been taught is stable, risking all to reconnect to a lost part of ourselves. We risk all to the benefit of our source, which we understand is ultimately to our own collective benefit. Our vulnerability is not a result of weakness, but of the bravery to put ourselves at risk, left exposed, open, often disconnected yet again. We return to recapture something once lost but arrive to find it distorted by conquest, by continued colonialism. At face value the land, the flora, the fauna may seem the same but hidden in the crevices of society and its ways are systems to keep us out of place. Back where we came from, we are dismissed as impractical adventurers, risk-takers, dreamers. As the too righteous, looking to judge others.
Rematriation, like birth is a lonely journey, a hero’s journey. No one can have this baby but the one who carries it. For the baby, the only way out, is a traumatic squeeze down a dark canal into a cold world. They say we mothers give them to light, when in fact the arrival to this Planet, still dominated by conquest, might be the true darkness. Light then is not a physical state we can see with material eyes, but a spiritual state marking consciousness, awareness, ascension.
Rematriation is a return to the ancestral womb. A womb that maybe only held you as a seed in the womb of your mother. A seed of a seed in your grandmother’s womb. The seeming impossibility of rematriation might be as drastic, as violent, as tragic as attempting to physically reenter the womb of our mother. You are confronted with its impossibility. Before arriving, it is abundantly clear that you won’t fit, that we must decolonize our collective wombs, conquered, violated, experimented on, sterilized, shut down to keep us, her own children, out. Your spirit is left with the task of envisioning it, rising above, transcending the physical impossibility of it. Rematriation and liberation are not just material journeys rooted in the flesh of our bodies and the soil of our homelands. This is primarily a spirit journey and a spirit calling. A calling that once heard becomes impossible to ignore.
We leave broken, arrive broken. We have set on a quest towards wholeness. We are fragile because we walk cradling pieces of ourselves, like shattered glass in our hands. The shards of our own identities and traumas and those of our parents and ancestors piercing, slicing into our skin, leaving trails of blood anointing the soil of our paths. Mostly disconnected from resources, we leave and arrive with hands empty except for remnants of our shattered selves. We are left to lift resources from places we were taught no longer existed. Left to rely sometimes only on residual, ancestral knowledge we must reawaken, download from our cells because conquest erased them from our conscious minds with their so-called education and religious dogmas.
Vulnerability in bravery is pushing forward with all your wounds, gripping a shovel tight with bloody hands, digging past the mud to find the spaces and hearts where our ancestral ways thrive, where new liberatory ways are being weaved into existence. Bravery is knowing to continue the search and to never believe the hype. Bravery is knowing that your people, your homeland are way greater than words can ever describe. Bravery is risk and sacrifice, knowing that what you are seeking, you will indeed find.
Ironically the openness and vulnerability of our hearts and spirits is the space where love sets in. The tragedy is where the lessons reveal and lift us. The space from which we envision possibilities of liberation and walk them. We weave impossibilities into existence through our dreams. We suffer breakdowns. We fall apart. We get up, rise with the sun, swim with the sea and smile. It is insane. It is euphoric. It is living at its fullest. Sometimes afraid, but alive with the fierceness and boldness of love to get up and redo it each day.
Vulnerabilidad, Riesgo y Valentía
Fragilidad y vulnerabilidad. Son dos palabras que se intercambian aun teniendo significados variados. Altos niveles de una comodidad sistemática, que beneficia el grupo que se cree superior, resultan en la fragilidad cuando tal comodidad se interrumpe y se percibe como una amenaza a la norma. La norma de ellos ya que la cultura de la conquista diseña todo para asegura su existencia dentro de un nido de comodidad constante al costo de los demás.
Para los conquistados la fragilidad es resultado de haber sido desconectadxs de nuestros orígenes. Nos han separado de nuestras tierras, nuestras lenguas, nuestras familias, nuestras historias, nuestros saberes ancestrales, nuestro poder y nuestra agencia. Existimos flotando, desarraigadxs, desconectadxs. El supuesto secreto de nuestro éxito es nuestra habilidad de acostumbrarnos a esta desconexión, y a todo lo que dicta el grupo dominador. Esto embarca un proceso de conformar a sus reglas, hacer sus trabajos, pero también involucra eso de competir con nuestra propia gente y de medirnos, individual y colectivamente, con los estándares del imperio. Negar todo esto es vivir en un estado de conflicto constante. Algunxs se conforman. Algunxs se rebelan. Otrxs se van.
Yo me fui.
Repatriadxs y rematriadxs tenemos que caminar esta línea delicada de la fragilidad y la vulnerabilidad. Hay que balancearnos sin ser consumido por uno de los dos lados. Revelamos una percibida vulnerabilidad cuando rechazamos todo aquello que nos dicen embarca la estabilidad. Ponemos todo en riesgo para rescatar las partes que hemos perdido. Ponemos todo en riesgo para beneficiar nuestra fuente, nuestros orígenes, ya que entendemos que al final sería a nuestro beneficio colectivo.
Nuestra vulnerabilidad no es debilidad. Ponerse a unx mismx en riesgo a veces representa la valentía. Regresamos para recapturar algo que hemos perdido, pero llegamos a encontrarlo distorsionado por el continuado colonialismo. Por encima parece ser la misma tierra, la misma flora y fauna, pero su sociedad lleva escondida en sí sistemas coloniales puestas para mantenernos afuera. De donde vinimos, nos descartan como aventurerxs imprácticos, atrevidxs, soñadorxs.
Rematriación, como el parto, es un camino solitario. Nadie, menos quien lo carga, puede parir a esta criatura. Para la criatura, la única salida es un apretón traumatizante por un canal oscuro, dándole entrada a un mundo frio. Dicen que nosotras madres les damos a luz, pero entrar a este planeta, todavía dominado por la conquista, significa la oscuridad verdadera. Entonces la luz no es un estado físico que se puede ver con ojos materiales, sino un estado espiritual que marca la conciencia, el saber, y la ascensión.
Rematriación es el regreso a la matriz ancestral. Una matriz que quizás solo habitaste como semilla en el vientre de tu madre. Semilla de una semilla en el vientre de tu abuela. La percibida imposibilidad de la Rematriación a veces luce ser tan drástica, tan violenta y trágica como intentar volver a la matriz de nuestra propia madre. Te enfrentas con la imposibilidad de tal idea. Antes de llegar, se te asegura que jamás caberas en tal espacio. Se te asegura lo necesario que es descolonizar nuestras matrices colectivas, conquistadas, violadas, experimentadas, esterilizadas, encerradas para jamás permitirnxs, sus mismxs hijxs, entrada. Tu espíritu se queda con la tarea de visionarlo, elevarse a transcender la imposibilidad física del asunto. Rematriación y liberación no son solo caminos materiales anclados en la carne de nuestrxs cuerpxs, ni en la tierra de nuestras matrias. Son, sobre todo, caminos espirituales, un llamado al alma. Un llamado que, ya escuchado, se hace imposible ignorarlo.
Partimos quebradxs. Llegamos quebradxs. Hemos comenzado un camino a completarnos, un camino hacia nuestra integridad. Somos frágiles porque vamos encerrando pedazos de nuestros propios seres, como vidrio quebrado, en nuestras manos. Los pedazos van hincando, cortando a nuestra piel. Las gotas de sangre van ungiendo nuestras sendas. Mayormente desconectadxs de nuestros recursos, nos vamos y llegamos con las manos vacías (fuera de esos pedacitos de nuestros seres). Intentamos levantar recursos de lugares que nos convencieron jamás existen. Dependemos del residuo de saberes ancestrales que perdura en nuestras células, saberes que el imperio borró de nuestra conciencia con su llamado sistema educativo y sus dogmas religiosos.
Vulnerabilidad en valentía significa seguir palante con todas las heridas, agarrando la pala, manos ensangrentadas, excavando la tierra para encontrar los espacios y los corazones donde nuestras tradiciones ancestrales prosperan, donde se tejen nuevas existencias libertas. La valentía es seguir buscando, y desaprender las mentiras del imperio. La valentía es saber que la grandeza de nuestra gente, nuestra matría jamás se puede capturar con meras palabras. La valentía es sacrificio y riesgo. Es saber que lo que buscas, sí lo encontraras.
Irónicamente la vulnerabilidad de nuestros corazones y espíritus es donde el amor nace y florece. Las lecciones de las tragedias nos revelan, nos elevan. Son los espacios donde visualizamos la liberación y la encaminamos. Con nuestros sueños tejemos realidades de las imposibilidades. Nos descomponemos. Nos quebramos. Volvemos a elevarnos. Nos levantamos con el sol, nadamos con la mar y sonreímos. Es una locura total. Es un estado de euforia. Es vivir a lo máximo. A veces con miedo, pero con la vida y la ferocidad del amor a despertarnos cada día y volver a hacerlo.

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